Una última
confesión V
Ya
habían bajado a Conil y habían tocado en una sala de lo más cutre pero con un
público de lo más animado. Había sido un concierto de lo más diferente al de
Sevilla. El grupo había estado sublime. Y todo era porque él había dejado de
estar en una esquina y olvidado su perfección y se había unido a sus compañeros
en corazón a pesar de que algún acorde se fuera de tono o en algún solo o alguna
nota estuviera fuera de escala. Toda la banda brincó como cabras locas por el
escenario y el público gaditano disfrutó de un concierto magnífico. Hicieron
tres bises. Hubo una comunión entre ellos y el público, y por primera vez en años
él reía en el escenario.
Ahora disfrutaban de los días de descanso prometidos por
Jaime en tierras gaditanas y estaban siendo unos días y unas noches como las de
antaño, cuando esta banda se divertía con lo que hacía, y eran como una
familia. Hasta él hablo de sus problemas una noche con todos en una cala de
Conil, al abrazo de una improvisada hoguera con una botella de Jack Daniel´s
que pasaba de mano en mano. Él les recordó aquella película de la que tanto les
había hablado hace ya tiempo: “Into the wild”, de Sean Penn. Esa película del
año 97, la fueron a ver, no por la peli en sí, sino porque la banda sonora era
de su ídolo musical Eddie Vedder. Les
recordó como salieron todos del cine. Algunos llorando, algunos sin poder
hablar y otros sin querer mirar a los otros. Les dijo que estaba basada en una
novela de Jon Krakauer, y que la moraleja era que la felicidad por mucho que la
busques siempre está con las personas que amas y te aman, nunca en soledad.
Les
contó que él aunque no había hecho un viaje físico como Alexander Supertramp, y aunque estuviera rodeado de grupies, y
rodeado de personas queridas, nunca las había dejado estar a su lado. En el
fondo había estado solo y su mente no permitía que nadie se acercase por miedo
al dolor, porque estando con gente
siempre en algún momento te harán daño. Les contó que en este viaje sin
saber porqué, quizás porque era el momento de cambiar, él había pasado la
página del dolor y una llamada de teléfono tras el concierto de Sevilla, le
hizo ver que seguía pensando que la felicidad estaba con las personas que amas,
por mucho que te puedan hacer daño. Y añadió que si no te entregas, serás tú el
que hagas el daño. Les pidió perdón por lo capullo que había sido los dos
últimos años. Tras esto cogió el bourbon y tomó un buen trago. Luego una buena
calada a su casi acabado cigarrillo, expirando el humo lentamente mirando el
fuego de la hoguera.
Hubo un silencio. Jaime, rompió el silencio. Dijo que había
que bautizar a este nuevo hombre. Miradas cómplices. Sonrisas encubiertas. Todos
corrieron y le cogieron sin darle tiempo a escapar y le llevaron entre risas y
gritos al mar donde le tiraron para que renaciera el hombre.