Una última
confesión IV
Tocaron
en la sala sevillana donde tenían el contrato. Estaba llena y hacía un calor
insoportable. Según avanzaba el
concierto el calor crecía por el baile de las personas allí reunidas. Toda la
banda parecía muy centrada, y daba todo en el escenario menos él. Se puso en una esquina del escenario y allí
estuvo tocando. No tocó mal. No dejó de tocar. No falló en ningún acorde ni n
ningún solo de guitarra ni en ningún riff. Pero no exteriorizó nada, ni su
música aunque perfecta transmitía pasión. Al menos el resto de la banda suplió
esa pasión y el contrarrestó los errores a los que te lleva la pasión con su
técnica perfecta. El resultado: una
actuación memorable para los jóvenes sevillanos que aguantaron el sudor,
hasta el final. Solo Jaime que aunque contento del sonido, se dio cuenta de cómo estaba tocando. Se preguntó que es lo
que le pasaba por su mente o si había algo en su mente.
Al terminar, el local se fue vaciando de jóvenes contentos
cantando sus canciones. Jaime se le acercó y le preguntó qué pasaba. Él le dijo
que no pasaba nada. Que tenía que hacer una llamada. Recogió su guitarra y se fue.
Jaime le recordó que salían en minibús Conil al día siguiente a las 11.30 horas
desde la puerta del hotel, sabiendo que no le vería más en toda la noche.
Paseó por las calles de Sevilla todavía ardientes, buscando
un sitio tranquilo para fumar un cigarro y llamar. Durante todo el concierto no
había tenido la mente en blanco. Había por primera vez pensado en alguien. Y no
se le quitaba de la cabeza el mal que le había hecho a una persona tan dulce y
maravillosa. Por fin encontró un sitio tranquilo y encendió su cigarro, y sacó el
móvil, y llamó a Lucía. Tras una conversación de lo más banal por miedo, al
final él dijo con lágrimas en sus ojos la palabra que iniciaría su revolución
mental. Dijo perdón. Lucía tras un tibio y corto silencio poco a poco como un
río que crece en la primavera inició un sutil llanto ascendente y le gritó que
si era idiota, que si no sabía que le quería como era. Que lo único que quería
era estar con él. El no podía entender cómo tras tanto mal, tanto desaire esta
dulce chica le podía querer tal y como era. Él le dijo que tenían mucho que
hablar porque él también tenía sentimientos confusos hacía ella, y que cuando
volvieran a Madrid, hablarían cara a cara. Lucía le dijo que ella estaría
siempre allí y que le esperaría. Y colgó el teléfono.
Dio su última calada al cigarrillo y se encendió otro. Y
siguió paseando pero esta vez no iba sólo. Iba con su mente.