Una última confesión III
Allí estaba, en Atocha con su
guitarra en su funda y una pequeña maleta esperando al resto de la banda y a
Jaime. Como siempre con su mirada perdida, buscando algo en que posar sus ojos
y no pensar. Odiaba estar sólo y a la vez odiaba estar con gente superflua,
pero lo prefería a la soledad. Estar sólo le obligaba a buscar objetos con la
mirada o beber hasta perder el conocimiento o buscar mujeres con las que
olvidar. Realmente no quería pensar. Quería olvidar pero no podía. Y el doloroso
pasado no asumido se le aparecía como un fantasma en cuanto su mente empezaba a
pensar.
Oyó gritos con su nombre. Eran los chicos de la banda que le
llamaban desde una cafetería. Se unió a ellos y tomaron unas cervezas antes del
corto viaje a Sevilla. Subieron al AVE. El en seguida se sentó y buscó rápidamente
ese punto donde mirar y abstraerse mientras sus compañeros se comportaban como
si fueran una banda de los 70. Con todo el jaleo que montaban, le era imposible
estar ausente y los pensamientos treparon poco a poco los muros de su mente.
Empezó a sudar. El miedo le consumía pues no veía escapatoria. Pero la primera
imagen que llegó a su mente no fue la tan temida historia no superada. Quedó
pasmado. Tanto tiempo sin pensar que ya no era dueño de sus pensamientos. Lo
que vio en su mente fue a Lucía. La vio llorando, cuando él nunca la había
visto llorar. La vio haciendo el amor con él. Vio su ternura, sus besos, sus
sonrisas. Vio sus largas charlas tras sus conciertos en Costello. Y de nuevo
vio sus lágrimas. Tras las lágrimas de Lucía estaban las de sus padres. Cuanto
tiempo hacía que no los veía. Ellos siempre le quisieron. Le compraron su
primera guitarra. Fueron a su primer concierto. Y allí estaban llorando.
Jaime le golpeó en el hombro. Vamos tío, le dijo. Ya estamos
en Sevilla. No podía entender como su mente era independiente de él y no había
salido lo que tanto daño le hacía ser como era, y en cambio, le hacía ver el
daño que él hacía siendo como era a personas maravillosas. Cogió su guitarra y
su maleta y bajaron en Sevilla. Para ser Junio, hacía un puto calor de muerte.