sábado, 1 de diciembre de 2012



Una última confesión V
               
                Ya habían bajado a Conil y habían tocado en una sala de lo más cutre pero con un público de lo más animado. Había sido un concierto de lo más diferente al de Sevilla. El grupo había estado sublime. Y todo era porque él había dejado de estar en una esquina y olvidado su perfección y se había unido a sus compañeros en corazón a pesar de que algún acorde se fuera de tono o en algún solo o alguna nota estuviera fuera de escala. Toda la banda brincó como cabras locas por el escenario y el público gaditano disfrutó de un concierto magnífico. Hicieron tres bises. Hubo una comunión entre ellos y el público, y por primera vez en años él reía en el escenario.
Ahora disfrutaban de los días de descanso prometidos por Jaime en tierras gaditanas y estaban siendo unos días y unas noches como las de antaño, cuando esta banda se divertía con lo que hacía, y eran como una familia. Hasta él hablo de sus problemas una noche con todos en una cala de Conil, al abrazo de una improvisada hoguera con una botella de Jack Daniel´s que pasaba de mano en mano. Él les recordó aquella película de la que tanto les había hablado hace ya tiempo: “Into the wild”, de Sean Penn. Esa película del año 97, la fueron a ver, no por la peli en sí, sino porque la banda sonora era de su ídolo musical Eddie Vedder.  Les recordó como salieron todos del cine. Algunos llorando, algunos sin poder hablar y otros sin querer mirar a los otros. Les dijo que estaba basada en una novela de Jon Krakauer, y que la moraleja era que la felicidad por mucho que la busques siempre está con las personas que amas y te aman, nunca en soledad. 




Les contó que él aunque no había hecho un viaje físico como Alexander Supertramp,  y aunque estuviera rodeado de grupies, y rodeado de personas queridas, nunca las había dejado estar a su lado. En el fondo había estado solo y su mente no permitía que nadie se acercase por miedo al dolor, porque estando con gente  siempre en algún momento te harán daño. Les contó que en este viaje sin saber porqué, quizás porque era el momento de cambiar, él había pasado la página del dolor y una llamada de teléfono tras el concierto de Sevilla, le hizo ver que seguía pensando que la felicidad estaba con las personas que amas, por mucho que te puedan hacer daño. Y añadió que si no te entregas, serás tú el que hagas el daño. Les pidió perdón por lo capullo que había sido los dos últimos años. Tras esto cogió el bourbon y tomó un buen trago. Luego una buena calada a su casi acabado cigarrillo, expirando el humo lentamente mirando el fuego de la hoguera.
Hubo un silencio. Jaime, rompió el silencio. Dijo que había que bautizar a este nuevo hombre. Miradas cómplices. Sonrisas encubiertas. Todos corrieron y le cogieron sin darle tiempo a escapar y le llevaron entre risas y gritos al mar donde le tiraron para que renaciera el hombre.